D. Francisco Gómez de Quevedo y Villegas, fue uno de los más grandes escritores españoles de todas las épocas, fue coetáneo de Cervantes y Góngora entre otros escritores del, llamado "siglo de oro" español, y, aunque valorado, creo que no lo ha sido suficientemente.
Nuestro escritor nació en Madrid el 17 de septiembre de 1580, y fue bautizado en la Parroquia de San Ginés.
Su familia procedía de las tierras de Cantabria, concretamente del pasiego Valle de Toranzo, lo que es lo mismo que decir que era de familia hidalga, de limpia sangre y rancia ascendencia, de la cual presumía Quevedo, como todos los castellanos de su época.
Su padre, Don Pedro Gómez de Quevedo, que murió cuando el escritor tenía seis años, era un hombre culto, que fue secretario de la princesa María, hija de Carlos V, y posteriormente de la reina doña Ana.
Su madre Doña María de Santibáñez era dama de honor de la reina y se ocupó de la educación de su hijo (era el tercero de cinco que tuvo), enviándole a estudiar a los jesuitas. Por tanto nuestro escritor ya desde su nacimiento tenía profundas raíces en la corte y alrededor de ella va a girar su vida con todo lo que esto conlleva.
Era un muchacho superdotado intelectualmente, aunque su físico no era muy agraciado, de pies deformes, cojo de uno, gordo y muy miope, circunstancia que le obligaba a llevar permanentemente unos lentes, él mismo hizo mofa de sus defectos.
Hombre de extraordinaria cultura que, ante la decadencia del imperio español, que le ponía por delante de los ojos su clarividencia de político, le amargó e inspiró muchas de sus mejores páginas.
Su vida azarosa en la Corte y fuera de ella le trajo muchos sinsabores y la cárcel y el destierro en varias ocasiones. Vivió varios años confinado en la Torre de Juan Abad (Ciudad Real), donde tiene un monumento erigido en su memoria, y donde hay un museo en la casa donde vivió en sus destierros.
Murió en 1645 en Villanueva de los Infantes (Ciudad Real), donde está enterrado, pero antes de morir, tuvo Quevedo ocasión de conocer la muerte del Conde-Duque de Olivares, al que tanto había criticado por su nefasta gestión política, que contribuyó a la ruina del país. Olivares se vengó persiguiéndolo y encarcelándolo, y causándole toda clase de daños materiales y males físicos, que repercutieron en el agravamiento de sus enfermedades hasta conducirle a la muerte. Quevedo, el 1 de agosto de 1645, comenta así la desaparición de Olivares: "Yo, que estuve muerto el día de San Marcos, viví para ver el fin de un hombre que decía había de ver el mío en cadenas".
Su obra literaria es inmensa y contradictoria. Hombre muy culto, amargado, agudo, cortesano, escribió las páginas burlescas y satíricas más brillantes y populares de la literatura española, pero también una obra lírica de gran altura y unos textos morales y políticos de gran profundidad intelectual, que le hace ser el principal representante del barroco español. Su obra está entroncada con su forma de vida: desenvuelta y alegre en las sátiras de su juventud - letrillas burlescas y satíricas como "Poderoso caballero es don Dinero"-, es el Quevedo más conocido y popular. Criticó con mordacidad atroz los vicios y debilidades de la humanidad, y zahirió de una manera cruel a sus enemigos, como en el conocido soneto, paradigma conceptista: "Érase un hombre a una nariz pegado...".
Nadie conoció como Quevedo la corrompida sociedad de su época, desde los niveles más bajos hasta los más altos, mostrándonos con su extraordinario ingenio lo más mezquino, soez y repelente de esa sociedad con lenguaje directo y claro y empleando los más crueles sarcasmos. Esta faceta satírica es en la que más destacó dentro de sus obras tanto en prosa como en verso. La biografía de Quevedo ha sido amplia y profusamente estudiada, tanto en el aspecto literario como en el histórico-político; y no es cometido nuestro entrar en tales terrenos.
De la actitud de Quevedo ante los hombres y ante la vida no se libró ningún estamento social ni ninguna profesión, ni por supuesto los médicos a los que atacó de modo furibundo como vamos a ver a lo largo de estas líneas.
De los errores de los médicos hace Quevedo más de una relación y él mismo sufrió, en más de una ocasión, las equivocaciones de los galenos, lo que también habría podido influir en su fuerte animosidad contra ellos.
En sus escritos en los que siempre se aprecia su interés por la ciencia en general y por la ciencia médica en particular, sus diatribas contra los profesionales del arte de curar, junta en numerosas ocasiones a médicos, cirujanos (en aquella época seguía habiendo conflicto de títulos y cometidos) y a los boticarios.
Para empezar transcribimos un poema que resume y nos pone en situación de la opinión y juicio que tenía de los módicos:
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Pues me hacéis casamentero, Ángela de Mondragón, escuchad de vuestro esposo las grandezas y el valor.
Él es un Médico honrado, por la gracia del Señor, que tiene muy buenas letras en el cambio y el bolsón.
Quien os lo pintó cobarde no lo conoce, y mintió, que ha muerto más hombres vivos que mató el Cid Campeador.
En entrando en una casa tiene tal reputación, que luego dicen los niños: «Dios perdone al que murió».
Y con ser todos mortales los Médicos, pienso yo que son todos veniales, comparados al Doctor.
Al caminante, en los pueblos se le pide información, temiéndole más que a la peste de si le conoce, o no.
De Médicos semejantes hace el Rey nuestro Señor bombardas a sus castillos, mosquetes a su escuadrón.
Si a alguno cura, y no muere, piensa que resucitó, y por milagro le ofrece la mortaja y el cordén.
Si acaso estando en su casa oye dar algún clamor, tomando papel y tinta escribe: «Ante mí pasó».
No se le ha muerto ninguno de los que cura hasta hoy, porque antes que se mueran los mata sin confesión. |
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De envidia de los verdugos maldice al Corregidor, que sobre los ahorcados no le quiere dar pensión.
Piensan que es la muerte algunos; otros, viendo su rigor, le llaman el día del juicio, pues es total perdición.
No come por engordar, ni por el dulce sabor, sino por matar la hambre, que es matar su inclinación.
Por matar mata las luces, y si no le alumbra el sol, como murciélago vive a la sombra de un rincón.
Su mula, aunque no está muerta, no penséis que se escapó, que está matada de suerte que le viene a ser peor.
Él, que se ve tan famoso y en tan buena estimación, atento a vuestra belleza, se ha enamorado de vos.
No pide le deis más dote de ver que matáis de amor, que en matando de algún modo para en uno sois los dos.
Casaos con él, y jamás viuda tendréis pasión, que nunca la misma muerte se oyó decir que murió.
Si lo hacéis, a Dios le ruego que os gocéis con bendición; pero si no, que nos libre de conocer al Doctor. |
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Decíamos que Quevedo fue una persona muy culta y que leía en todas las ramas de la ciencia y la literatura. Su interés por la rama de la ciencia médica queda reflejada en varios escritos. Así por ejemplo, aunque ironiza y lanza diatribas por el modo de ejercer la ciencia médica, reconoce el valor y la necesidad de la misma. Comentando a Séneca recuerda que "Tres cosas son en toda enfermedad graves: miedo a la muerte, dolor del cuerpo e intermisión de los deleites" a lo que Quevedo añade: "Atrévome a añadir la cuarta [no solo por la primera sino también por la mayor] en la necesidad de la medicina, dispensada por el médico en conjetura dudosa, que se padece y se paga. Y pues en esta parte hubiera certeza, se desterrara por entonces el temor de la muerte, se aliviara el dolor del cuerpo, se alentara la suspensión de los deleites....".
La medicina es para Quevedo la cuarta molestia que aflige al enfermo por lo que "resta consolar a la vida destas amenazas desta ciencia..."
Sin embargo no es óbice para que siga lanzando sus puyas contra el modo de ejercer la ciencia médica, como ocurre en estos versos:
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"¿Tú sabes qué es medicina? Sangrar ayer, purgar hoy, Mañana ventosas secas, Y esotro Kyrie-eleison" |
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Quevedo brilló en verso y en prosa, en sus obras satíricas entre las cuales están "Los sueños", vemos abundantemente citados a los médicos y boticarios unas veces conjuntamente y otras a los médicos solos.
Veamos las citas con los médicos solos.
El prototipo de médico según Quevedo era como sigue:
"Si quieres ser famoso médico, lo primero linda mula, sortijón de esmeralda en el pulgar, guantes doblados, ropilla larga y en verano sombrerazo de tafetán. Y en teniendo esto, aunque no hayas visto libro, curas y eres doctor; y si andas a pie aunque seas galeno eres platicante. La ciencia es ésta: dos refranes para entrar a casa; el ¿que tenemos?, ordinario, venga el pulso, inclinar el oído , ¿ha tenido frío? Y si él dice que sí primero, decir luego: bien se echa de ver. ¿Duró mucho? Y aguardar que diga cuánto y luego decir: Bien se conoce. Cene poquito, escarolita, una ayuda.... Y si dice que no la puede recibir, decir: Pues haga por recibilla. Recetar lamedores, jarabes y purgas para que tenga que vender el boticario y que padecer el enfermo. Sangrarle y echarle ventosas; y hecho esto una vez si durare la enfermedad, tornarlo a hacer, hasta que, o acabes con el enfermo o con la enfermedad. Si vive y te paga di que llegó tu hora; y si muere di que llegó la suya. Pide orines, haz grandes meneos, míralos a lo claro, tuerce la boca. Y sobre todo advierte que traigas grande barba, porque no se usan médicos lampiños y no ganarás un cuarto si no pareces limpiadera. Y a Dios y a ventura, aunque uno este malo de sabañones, mándale luego confesar y haz devoción de ignorancia. Y para acreditarte de que visitas casas de señores, apéate a sus puertas y entra en los zaguanes y orina y tórnate a poner a caballo; que el que te viere entrar y salir no sabe si entraste a orinar o no. Por las calles ve siempre corriendo y a deshora, porque te juzguen por médico que te llaman para enfermedades de peligro. De noche haz a tus amigos que vengan de rato en rato a llamar a tu puerta en altas voces para que lo oiga la vecindad, Al señor doctor que lo llama el Duque; que está mi señora la condesa muriéndose; que le ha dado al señor obispo un accidente; y con esto visitarás más casas que una demanda y te verás acreditado y tendrás horca y cuchillo sobre lo mejor del mundo".
"...Eran estos (médicos) en gran número, y todos rodeados de platicantes, que cursan en lacayos, y tratando más con las mulas que con los doctores, se gradúan de médicos....Yo viéndoles dije: Si de éstos se hacen estos otros, no es mucho que estos otros nos deshagan a nosotros".
En otras ocasiones duda de los conocimientos científicos de los médicos, así escribe: "oficio docto cuya ciencia se basa en la mula", continúa explicando en lo que según él se basa la ciencia médica:
En su obra La Visita de los chistes dice más adelante "...Cuando ví a estos doctores entendí cuán mal se dice para notar diferencia aquel asqueroso refrán: mucho va del c... al pulso; que antes no va nada, y solo van los médicos, pues inmediatamente desde él van al servicio y al orinal a preguntar a los meados lo que no saben, porque Galeno los remitió a la cámara y a la orina y como si el orinal les hablase al oído, se le llegan a la oreja, avahándose los barbones con su niebla... ¿Pues verles hacer que se entienden con la cámara por señas y tomar su parecer al bacín y su dicho a la hedentina? No les esperará un diablo. Malditos pesquisidores contra la vida, pues ahorcan con el garrotillo, degüellan con sangrías, azotan con ventosas, destierran las almas, pues las sacan de la tierra de sus cuerpos sin alma y sin conciencia".
En esta misma obra, más adelante, lanza de nuevo su acerada pluma contra la profesión médica y dice "...Y es cierto que son diablos los médicos, pues unos y otros andan tras los malos y huyen de los buenos, y todo su fin es que los buenos sean malos y los malos no sean buenos jamás".
Sigue escribiendo "Y has de saber que todos enferman del exceso o destemplanza de humores, pero lo que es morir, todos mueren de los médicos que los curan... Y así no habéis de decir, cuando preguntan de qué murió fulano, de calentura, de dolor de costado, de tabardillo, de peste, de heridas, sino que murió de un doctor...".
Sigue Quevedo zahiriendo a la profesión y les critica su interés por el dinero:
"Llama a tu médico cuando estás bueno y dale dineros porque no estás malo ¿Cómo quieres que te dé una salud que no le vale nada y te quite un tabardillo que le da de comer?" Sigue diciendo sobre el desmedido afán por el dinero que según nuestro autor, era característico de la profesión y señala que sólo los médicos corren echando los codos adelante: "Cuando vuelven la mano atrás al recibir el dinero de la visita al despedirse, que toman el dinero corriendo y corren como una mona al que se lo da, porque lo maten...".
Sigue insistiendo en este tema y dice: "Pues si se mira en las ciencias en todas hay millares. Sólo de los médicos ninguno ha habido con don, pudiéndolo tener muchos; mas todos tienen el don de matar, y quieren más din al despedirse que don al llamarlos".
Quevedo está convencido que es mejor gastar lo necesario en alimentarse para no tener que recurrir a la intervención de los mádicos pues: "Más caro es un médico, un boticario o un barbero, todo el año en casa curando enfermedades..." Decía también "ser más caro médico y botica que armas a caballo...".
El dinero que se gasta en médicos y boticarios le parece a nuestro autor un despilfarro y por ello, pone en boca de un viudo un triste lamento, pero no por la muerte de su mujer si no por lo que a causa de la misma tuvo que gastar: "Entre si va pensando que, ya que se había de morir, se pudo morir de repente sin gastarle en médicos ni boticas y no dejarle empeñado en jarabes y pácimas". Y de otro de sus personajes dice Quevedo "que murió antes de enfermo que de curado, para ahorrarse el médico".
Al describir a un avariento que vivía casi en la miseria para no gastar, Quevedo dice "que cuando enfermaba no se curaba con otra cosa sino con la cuenta que hacía de lo que ahorraba en no llamar médico, ni pagar botica".
Ironiza y critica también a los cirujanos y barberos, en su obra La Visita de los chistes escribe: "Luego se seguían los cirujanos cargados de pinzas, tientas, cauterios, tijeras, navajas, sierras, limas, tenazas y lancetones. Entre ellos se oía una voz muy dolorosa a mis oídos, que decía: Corta, arranca, abre, asierra, despedaza, pica, punza, agigota, rebana, descarna y abrasa". Más adelante, en esta misma obra, escribe en referencia a barberos y sacamuelas: "éstos son el oficio más maldito del mundo, pues no sirven sino de despoblar bocas y adelantar la vejez........ver sus gatillos andar tras los dientes ajenos como si fueran ratones y pedir dineros por sacar una muela como si la pusieran...".
Al hablar de la discreción con que el médico ha de actuar se refiere de un modo tácito al hoy llamado secreto profesional; y para aludir a la delicadeza con que se ha de comunicar al enfermo su mal, invoca unas palabras de San Juan Bautista: "El médico cura al enfermo, más no le dice el horror de su enfermedad, el asco de sus llagas, la corrupción de sus heridas". Comparando el papel del médico con el del confesor insiste en el gran cuidado que cada uno ha de poner para hacer una elección acertada ya que de lo contrario "puede hacer de su médico su enfermedad".
Ya ha quedado apuntado más arriba que criticó con dureza también a los boticarios.
Veamos: En el alguacil endemoniado ante un grupo heterogéneo de condenados por hurto hay médicos y boticarios, explica que unos nos quitan la vida y otros la salud. En el sueño del infierno "se oyó decir: dejen pasar a los boticarios, ¿boticarios pasan?, al infierno vamos".
En Las zahúrdas de Plutón, da todo un retrato, según él, del modo de actuar de los boticarios: "Estos son los boticarios, que tiene el infierno de bote en bote. Gente que, como otros buscan ayuda para salvarse, éstos la tiene para condenarse, estos son los verdaderos alquimistas..... de la agua turbia -que no clara- hacen oro, y de los palos. Oro hacen de las moscas, del estiércol, oro hacen de las arañas, de los alacranes y de los sapos; oro hacen del papel, pues venden hasta el papel en que dan el ungüento".
Más adelante dice en la relación de los boticarios con los médicos, lo siguiente: "Y su nombre no había de ser boticario, sino armeros; ni sus tiendas no se habían de llamar boticas sino armerías de los doctores; donde el médico toma la daga de los lamedores, el montante de los jarabes, y el mosquete de la purga maldita...".
En La Visita de los chistes añade: "Alrededor (de los médicos) venía gran chusma y caterva de boticarios con espátulas desenvainadas y jeringas en ristre.....El clamor del que muere empieza en el almirez del boticario, va al pasacalles del barbero, paséase por el tableteado de los guantes del doctor, y acábase en las campanas de la iglesia.
No hay gente más fiera que estos boticarios. Son armeros de los doctores: ellos les dan las armas....espátulas son espadas en su lengua; píldoras son balas; clísteres y melecinas, cañones; así se llaman cañón de melecina...".
Tanto en tiempos de Quevedo, en la época actual como encontramos muy a propósito la desconsoladora frase de nuestro escritor cuando, refiriéndose a un personaje de sus obras clásicas decía: "Y por fin tomó partido de hacerse médico de partido, que fue el peor partido que pudo tomar".
Aún hay más citas de Quevedo a lo largo de su obra, pero con esta muestra, creo que queda reflejado el sentir y la opinión que merecía al gran escritor la actuación y la conducta de los profesionales de la salud de aquella época.
Pese a la mala opinión que D. Francisco tenía de médicos y boticarios, cuando se sintió que su enfermedad se agravaba, reclamó urgente y de forma insistente los servicios del médico y del boticario, pidiendo incluso que se le permitiera trasladarse a una localidad más próxima para tenerlos más a mano.
El genial escritor se pasó pues, la vida atacando y ridiculizando a unos profesionales a los que sabía que necesitaba y a los que, finalmente reconoce sus méritos y acaba suplicando su auxilio.
Cuando su final está cercano, las mejorías transitorias con que va superando las recaídas le dan a Quevedo una esperanza que no perderá ni en sus últimos momentos: "La fuente que me he hecho en el brazo izquierdo me purga de manera, que es cosa de admiración y alivio de todos mis achaques, que ya le siento", Y como enfermo agradecido añade: "El médico que me cura, que es grande...".
Observamos en este cuadro de Lukes Fildes titulado "El doctor", como el médico parece esperar la crisis de la enfermedad del niño enfermo, después de una noche en vela. En actitud meditabunda, la mano en el mentón, reclinado sobre el paciente parece estar dispuesto a esperar el tiempo que haga falta hasta el desenlace de la enfermedad que le ha obligado a pasar la noche fuera de casa. El niño enfermo, duerme en una improvisada camilla sobre dos sillas. Una taza de café o té sobre la mesa. Un frasco de jarabe medio lleno. La madre derrumbada y agotada por la angustia y la espera, recuesta su cabeza sobre la mesa. En la penumbra del fondo, el padre se mantiene de pie y coloca su mano en el hombro de la madre, en un intento de confortarla y de buscar apoyo. Su mirada parece estar más atenta de la expresión de la cara del médico que de su hijo.
Homenaje al médico rural.
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